miércoles, 7 de agosto de 2013

La risa de las hienas

Desde lo alto, ellas miran. Desde el recóndito rincón de la oscuridad, ahí se posan. Afilan sus garras contra las piedras. Son muchas. El silencio, en el lugar, lo invade todo. La carroña de una cacería anterior decora el territorio: pieles vejadas, huesos triturados, sangre que gotea y mancha el paisaje. Sangre. El lugar se llena de sangre. De olor a sangre, mejor dicho. Pero ellas siguen ahí, insatisfechas. A la expectativa de su presa, que ya debe estar por llegar, no debe faltar mucho. No están nerviosas, no están en estado de cólera. Tranquilas, reposan sobre su escondite esperando el ataque certero al cuello de la victima de turno. La noche puede contarse por la exorbitante cantidad de estrellas que iluminan su inmensidad. No hay mediación posible entre el cielo perdido a lo lejos y el suelo que conecta la muerte con el morbo, la excitación y el gozo. No existe nada que reemplace -o que haga olvidar- el olor a sangre del ritual entre aquellos que van a matar y los otros que van a morir.

El viento golpea las ramas produciendo un sonido inquietante. El silencio empieza a perderse entre aullidos y golpes bruscos detrás de los arbustos. Miedo y pánico en la selva. La vida que se aproxima a la muerte. En minutos, habrá una nueva lucha por la supervivencia. Las hienas comienzan a reir. La presa, ya está en los planes. Debe morir. El coro de risas desafinadas aturden a la víctima. La inmovilizan. Una de las hienas se avalanza sobre ella. Está escrito en algún destino que Charles Darwin prefiguró hace dos siglos: el más apto vive. La sangre comienza a gotear. Se suma otra hiena. Y luego otra. Y otra. Ya son cinco bestias contra una. La sangre no para de correr, de un lado al otro. El olor es tenebroso. Huele a muerte. El lugar transpira muerte. Ya no hay vida posible. El cielo se oscurece. Fin del acto. Cae el telón en un baño de roja sangre. Imágenes instantáneas en el recuerdo del paisaje. Sangre por todas partes. Y ellas ríen. Ríen al compás del ritual macabro. Exhiben a la víctima, descuartizada. Es la revancha. Es el tiempo de la revancha. Pero también es odio. Pero también es mucho más que eso. Es muerte. Odio y muerte acumulada. Pero también es más que eso. Es una victoria de la muerte. Sangre. Charcos de sangre. Olor a sangre. Rojo sangre.

Desde lo alto, ellas siguen estando. Desde el recóndito rincón de la oscuridad, ahí se posan. Preparan sus uñas porque saben que saldrán en televisión. La televisión es el habitat de lo frívolo, sí, pero también es el centro de operaciones de la emboscada revanchista. Son muchas. El ruido, de los tiempos que corren y del lugar que habitan, lo invade todo. Todo a su paso es demolición. Todo a su alrededor es ficticio. Sin embargo, lo pintoresco y carnavalesco del ritual multimediático es lo constitutivo de lo que es bello y encantador, de lo que es un país normal, de lo que son las buenas costumbres, de lo que es "Dios, Patria, hogar", de todo lo que recrea el trasfondo sarmientino de nuestro origen nacional. ¿La continuación por otros medios de la actualización doctrinaria "Civilización o Barbarie"? Posiblemente.

A la expectativa de su presa, que ya está por llegar, no debe faltar mucho. Hay mucho para seguir repudiando. Ha sido demasiado. Diez años es mucho tiempo de mascar odio. Una década es un abismo en el gran proyecto de los egoismos. "Diez años de kakocracia", algunos se animan a escribir en un pasquín corporativo. Otros, anónimos, hablan de dictadura. Pavada de caracterizaciones. Algunos, más jugados, gritan "muerte". Piden muerte. Como desde las gradas del Coliseo, piden muerte. Gladiadores no pueden ser, porque jamás se atreverían a bajar el peldaño que le corresponde a la plebe. Ellos quieren el trono. Quieren el poder para devolverselo a los responsables del fracaso popular. Quieren la vuelta de la represión, quieren el regreso a los noventas. Pierden la cabeza, se excitan entre ellos, reviven con la revancha. La amenaza que empiza con K parece haber sido dejada atrás. Pero piden sangre. Reclaman el show televisado por cadena. Exigen que la víctima caiga, en peso muerto, hacia la arena. "A ver si se atreve", grita desaforada una. "Hija de puta", exclaman por ahí. "Montonera de mierda", escupe una señora bien de esos barrios refinados. Odio y muerte. Muerte y sangre. Sangre y goce. Goce revanchista.

No es suficiente con ver el espectacular show en cadena de la venganza clasista. "Nunca es demasiado el sufrimiento de aquel que ha encarnado un proyecto de país para todos", piensan las hienas, desde las gradas del Coliseo televisivo. Y rien. Y seguirán riendo. Y se empujan, desaforadas, unas a otras, para dividirse los pedazos de su orgásmica victoria antipopular. Recogen los retazos de un pasado que debe ser sepultado a sangre y fuego. "Que no vuelvan más", se escucha gritar. Cacerolas suenan. Es el ruido ensordecedor metálico el que se funde con la sangre. La sangre decora el lugar, lo llena de olor a muerte, una vez más. Los derrotados deben pagar. Llegó la hora de la revancha. ¿Para que se escribió "Casa Tomada" de Cortazar? ¿Para qué escribió el prólogo del Nunca Más Ernesto Sábato sino para olvidarlo todo? ¿Para qué existió Jorge Luis Borges sino fue para darle sentido a nuestros laberintos culturales, para perdernos en la maraña de los egoismos y festejar la muerte, la sangre derramada de los otros, los que realmente "merecen morir"? ¿Para qué Sarmiento escribió "no hay que ahorrar sangre de gaucho" sino fue para constituir una patria chica atada a los intereses de los que se imponen a través del genocidio? La derecha en nuestro país, no perdona.

Están afilando sus dientes. Se maquillan para salir en televisión. Horas y horas de odio infundido desde las pantallas de los multimedios. Imitaciones. Insultos. Falta de respeto. Destrucción constante. Sangre. Alguien debe morir. Disparos. Sangre. Cae uno. Caen dos. Publicidad. Sangre. Mentiras. El huevo de la serpiente crece en las redacciones periodísticas diarias, y su alimento es la tinta negra. Hay que destruir. Hay que desestabilizar. "Esto no es una democracia". "Régimen nazista". "Comunismo". "Plan Descansar". Odio. Páginas de odio. La tinta se decolora. Empieza a gotear. Ya no es tinta negra lo que cae y se funde con los charcos en el piso. Es un liquido espeso. Tenebroso. Huele a muerte. Sangre en el piso. Manchas de sangre en las paredes. El show debe continuar. Hay que alimentar al huevo de la serpiente. Hay que pudrir mentes. Hay que cerrar corazones. Hay que dar el ejemplo de la represión. Muerte otra vez. Publicidad. Rating. Muerte. Sangre. Rating. Olor. Dolor. Rating. Aplausos al volver del corte. Un chiste y una denuncia. Hay que infundir odio. Cigarrillo. Humo. Puro humo. Hay que ser burlón. Hay que ser canchero. Hay que gozar la victoria de la venganza. Hay que llegar al otro, a ese otro que quiere la revancha. Todos quieren la revancha en el estudio televisivo. No hay momento de pensar. No hay momentos de tibieza. Todo es muerte. Blanco o negro. Mejor dicho, negro o rojo. Rojo sangre. Blanca venganza. La revancha de los blancos, el segundo tiempo victorioso de los ilustrados, de los ciudadanos, de los normales, de la civilización. Atrás quedaron los diez años, atrás quedaron las épocas negras populistas. "Atea", se escucha desde el fondo. "Grasa", espeta un fino hombre con su cacerola. Dólares que caen e inundan la ciudad. Libre mercado. Libres intenciones. ¿Libres del Sur?. Ahora si se respira la libertad con olor a sangre. La libertad de los ciudadanos libres. Ahora si se respira en el aire libre la revancha de las hienas. Y ellas rien. Siempre rien. No saben hacer otra cosa que reir.